lunes, 6 de octubre de 2014

...Y YO SOLÍA HABLAR CON LOS MUEBLES.

Me crié en un área donde las propiedades son tan grandes y las familias tan adineradas que construyen mansiones y muros encerrándose a sí mismos en sus paraísos privados, nunca interactuando con sus vecinos excepto por alguna rara coincidencia.


Fui educado en casa hasta que cumplí los siete años, que es cuando se acaba esta historia.


Pero primero empieza a los cuatro, edad en la que tengo el primer recuerdo de cómo era mi infancia. Como niño que era, pensaba que estar aislado en los dominios de tu familia era lo que todos los niños hacían. Cada vez que mis padres salían les pedía ir con ellos, pero negaban con la cabeza explicando que solo los adultos salían de casa, y solo en emergencias muy serias.


Aparte de esto, nunca pedí juguetes, o cosas así, y desarrollé lo que mis padres describían como una imaginación salvaje. Empecé a entablar relaciones con los muebles de casa, conversando con ellos a todas horas y poniéndoles nombres a todos y cada uno de ellos.


Mis padres parecían querer satisfacer mi imaginación más y más, incrementando dramáticamente la cantidad de muebles en la casa. Mi padre siempre se había considerado a si mismo como un "manitas", alguien con la habilidad para trabajar con las manos, y a menudo me comentaba acerca de su gusto por construir cosas y cómo había creado algunas de sus piezas.


Y así resultaron tres años de profundas relaciones emocionales con los muebles de mi casa.



Arnaldo era el suave sofá en el salón, que parecía moverse de arriba abajo según me reclinaba encima de él para leer libros. Sofía era mi cama, que se movía siempre suavemente, meciéndome a un lado y al otro para que me durmiese, a veces podía incluso oírla tararear delicadamente.

Cuando posaba mi cabeza en el escritorio de mi cuarto, Claudio, podía oír pálpitos al ritmo de mi corazón. Constantemente hablaba con Alba, una silla bastante pequeña que era muy sensible conmigo, quien hacia sonidos y vibraciones extrañas de forma espontánea. Pero por encima de todo, yo le tenia mucho cariño a Juan, el mayor sofá y también el mas suave de toda la casa, el que parecía imitar mi respiración.



Todos los muebles eran tan suaves, tan cálidos y vivos para mí.


Es curioso... lo rápido que pueden cambiar las cosas.


Era un lunes, mi séptimo cumpleaños, y mis padres estaban en su taller construyendo un nuevo mueble como regalo. Una mujer se había perdido conduciendo a través de la ciudad, y aunque nuestros portones estaban bien cerrados, de alguna forma se las arregló para pasar. Llamo a la puerta suavemente y yo me sobresalté, no habiendo oído a nadie acercarse a la casa nunca antes.

Cuando abrí la puerta, su expresión se desfiguro en una de horror y espanto.






Olió el aire y se puso a vomitar, después me tomó en brazos y comenzó a correr alejándome de allí.


Mañana cumplo 27 años, y he estado intentando decidirme en si debería sentarme en la habitación donde mis padres van a ser ejecutados. Los titulares los habían etiquetados como "Monstruos", pero nunca fueron clasificados como "Asesinos"... porque nadie murió.

Pero fue mucho peor que eso.

166 personas para hacer 71 muebles, esas son 664 extremidades re-ensambladas en formas que nadie debería imaginar.


A veces la gente cree que soy budista... porque no hay muebles en mi apartamento.




Mis padres eran cirujanos y yo solía hablar con los muebles.